
Una vez en el regazo del lugar que, al aproximarse la noche, me acoge mi cabeza maquina rápidamente, tan rápido que parece desprenderse y su fuerza destroza los restos de discreción dejados en el monzón anterior. Y en medio del caótico final del ciclo, puedo vislumbrar entre escombros tu alegoría que tiene forma de entelequia y a sus pies descanso aun sabiendo la trivialidad en la que me envuelve.
Se aproxima a mí en medio de su gloria, esa mágica larva y me susurra sonidos ya ilustres y me da órdenes en medio de mi sumisión. Una vez terminado el absorbente ritual vuelvo a mis quedas infernales y casi eternas, en las que extrañamente soy feliz y consciente de mi condición deplorable y continuamente marginal.
Una vez en el regazo del lugar que me oculta, mi alma contempla en medio de sollozos el triste augurio del venidero recuerdo tuyo que me atrapa y me concede el decoro de venerarte aun en medio de mi desdicha.
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