martes, 10 de agosto de 2010


No soy nada poética ni mucho menos elocuente. Mi capacidad para escuchar parece agudizarse con el punzante movimiento del reloj, angustioso… pero no más que la percepción que diviso del mundo, del llanto, de la brisa, de la religión, de los hombres, de la muerte. Esta última contemplación tan diminuta como mi proximidad a la cordura. En algún momento la soñé y le temí siendo yo ignorante de la simpleza que guarda. No es suficiente extinguirse. Eso no basta para un alma lánguida.
Pero pude encontrar algo peor que la muerte, peor que el estar eternamente cabalgando en el infinito onírico sin ser consciente de ello, peor que cualquier percepción del “descanso eterno” idealizado hasta por el más insignificante ser.
En medio de la inconformidad y el tornadizo estado anímico que me acompañan aparto más y más mi espectro del resto del orbe y el enrarecimiento entre él y yo se ensancha y alimento mi clarividencia explorando instintos lúgubres escondidos en polvorientas letras y sonidos del pasado. La vacuidad es ahora protagonista y la noción adquirida cada vez, estimula la extensión de la fisura que separa mi verdad de la quimera enciclopédica.

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